sábado, 11 de junio de 2011

El Agente Secreto X9 regresa

El Agente Secreto X9 regresa 
Enrique dos Santos Molinari
(Capítulos 16 al 20)

16

Faltando diez minutos para las diez Philip llegó a la oficina de la calle Sarmiento, donde el mismo Columba lo recibió.
-¿Y Rosalía?, indagó Phil.
- Anoche, cuando finalizó su trabajo, estando yo en la Editorial, me dejó esa notita donde me comunicaba  que se sentía afiebrada y que la dispensara  porque hoy no vendría a trabajar. No es su estilo, porque nos esperaba un día duro y las raras veces que se ha enfermado, me lo informa el mismo día por teléfono. ¡Y cuántas veces ha venido a pesar de ello; hace lo esencial y luego se marcha más temprano! No puedo quejarme Phil, ¡es una verdadera joya de eficiencia y fidelidad!
X9 tomó la nota y la leyó. El contenido era el que Ramón decía, pero la letra era despareja, como si hubiera sido escrita  con gran premura; ¡aquella secretaria que tenía tanta agilidad y perfecta caligrafía!
-¿Serías tan gentil de pasarme la guía telefónica del Gran Buenos Aires?
Ramón se la entregó y Phil se dirigió a la página donde había encontrado la dirección de Hanna Keller, ¡pero no estaba, había sido cortada íntegra, con gran cuidado para que no se percibiera la falta fácilmente! Sin tiempo para que Ramón  percibiera la gran desazón de Phil, que inmediatamente vinculó la ausencia de Rosalía al hecho que acababa de descubrir, ingresó Borges que los saludó con su habitual formalidad.
Phil prefirió guardar su secreto por el momento y extendiéndole la mano, le saludo y los tres pasaron al despacho.
- Lo siento Jorge, no tendremos a Rosalía de apoyo pues avisó que está enferma, le informó Columba.
-Creo que, por nuestra parte, podremos prescindir de ella – contestó el escritor; más aún el tema es tan delicado que prefiero que no esté en la oficina.
Ramón se levantó, fue hasta la pequeña recepción y cerró la puerta con llave; descolgó el teléfono y volvió a su lugar. Borges lo aprobó con un movimiento afirmativo de cabeza.
-Bueno, lo que quería decirles es que recibí un mensaje cifrado de mi corresponsal en Estados Unidos, que me informó que el Sr. Elías Cohan no es un colaborador oficial de su gobierno ni del  apoyo más importante que tienen, el cazanazis Simón  Wiesenthal. Yo había consultado ya, porque su aparición aquí sin preaviso me tomó de sorpresa, aún sabiendo el interés que existe en investigar el tema que nos ocupa sin dilación.
-Y si Cohan es un impostor ¿como cuenta con tantos archivos de nazis fugados y los deja aquí, en mi caja fuerte?
- Verifica si aún están allí, le dijo Phil.
Ramón giró en su butaca y se levantó rápidamente con la llave de seguridad de la caja en la mano,  la cual eligió entre varias de su llavero de cuero. Abrió la caja fuerte y allí permanecían los expedientes tal cual los habían dejado. – Bueno, aquí está todo. Creo que su causa es la nuestra, pero ¿por qué nos buscó y puso  a nuestra  disposición todo este material?
-Por lo que dices; ¡su causa es la nuestra! y de alguna manera averiguó nuestras conexiones. Pretendiendo pertenecer a ellas, nos facilitó sus archivos para obtener información  adicional. Amigos, debemos tener cuidado. Creo que al Sr. Cohan no lo veremos más, pero sospecho que pertenece a algún comando israelita  independiente, y según creo,  su organización también conoce bien la nuestra. Pero tal vez, su interés no sea estrictamente atrapar prófugos.
- Pero, ¿por qué no nos dijo la verdad? ¿Cómo se presentó a ti Ramón?, indagó Borges.
Este se sintió por unos  momentos algo confuso y finalmente confesó:
- Lisa y llanamente por su nombre y apellido y exhibiendo un pasaporte, todo lo cual me pareció auténtico y legítimo.
- Ahora hazme un favor, llama a Rosalía a su casa - solicitó Phil.
- ¿Acaso crees…? E interrumpió la frase, para llamar sin demora a la casa de la secretaria.
Contestó su madre: - Sí Sr. Columba, Rosalía está aquí, pero reposando en cama, tiene fiebre alta.
-Pues dígale que no se preocupe, que solo quería saber sobre su salud. ¿Llamó Ud. al médico? Bien, bien, gracias señora.
Pero X9 no quedó satisfecho. Íntimamente intuía que aquellas coincidencias, tenían que ver con la  inesperada ausencia de Rosalía de la oficina.
Se despidieron con el compromiso de comunicarse cualquier novedad.
Philip volvió al hotel, cambió de ropa para sentirse más cómodo, se armó y partió de inmediato.


17

Su primer destino fue,  en el barrio de Núñez, una  casa quinta próxima a la Plaza Balcarce, donde  vivía Rosalía. El chofer detuvo el taxi en la esquina  que él indicó, y desde allí caminó lentamente hasta la mitad de la cuadra donde se hallaba la puerta principal de la residencia. Sin duda - pensó Phil - esta familia tiene una buena posición económica pues la propiedad es muy valiosa. Pasó por la puerta de entrada, dirigió su mirada hacia el jardín que rodeaba la residencia y continuó su paso para reconocer toda la propiedad. La calle era medianamente transitada por damas que iban  de compras, chicos que correteaban alegres y alguna que otra persona que pasaba apresurada cumpliendo sus menesteres. La zona era agradable; a su juicio, un buen lugar para vivir. En el extremo del predio, halló una amplia entrada para coches; Phil la probó y comprobó que estaba sin  llave; giró  el picaporte y dando una rápida mirada a su alrededor, impulsó sin dificultad la hoja derecha del portón de acceso. Se introdujo en la parte lateral del jardín y siguió el sendero que llevaba a las cocheras, seguramente destinadas a varios vehículos. En su camino, arma en mano, vigiló siempre la casa y sigilosamente se acercó al flanco izquierdo. Alcanzó una puerta que era el acceso a las dependencias de servicio, subió agazapado tres escalones y escrutó desde allí al interior, a través de los vidrios de la parte superior de la puerta. En la antecocina alcanzó a ver apenas parte de la figura de  una señora, sentada  y atada a un sillón y confirmó sus sospechas en torno al acoso a que había sido sometida Rosalía. La puerta de la cocina estaba cerrada por dentro, pero a poca distancia había una ventana con vidriera de guillotina que tanteó y elevó con sigilo. Sin mayor dificultad, gracias a su agilidad, logró ingresar por la abertura y encañonando su arma al frente se dirigió hacia la inmóvil mujer que estaba amordazada. Ella lo vio y tras un gesto inicial de espanto, comprendió que allí aparecía alguien en su socorro. Phil le hizo una señal de silencio y acercándose al borde del vano que unía los dos ambientes observó hacia ambos lados y se dirigió a ella, haciéndole señales de apaciguamiento.- Si la libero ahora, me complicará – discernió – dirigiéndose de la antecocina hacia la puerta basculante que conducía al comedor diario. Miró por la rendija y no vio nada que le inquietara, impulsó levemente la puerta que giró sobre su eje y siempre con su arma firmemente sujeta barrió el espacio que apareció antes sus ojos. Se detuvo como un gato que está a punto de saltar sobre su presa y puso el cañón de su 45 sobre la sien derecha de un individuo que dormitaba en el silloncito de lectura de aquel lugar apacible donde la familia almorzaba y tenía su lugar de estar. El hombre sobresaltado, se enderezó en el asiento pero ni siquiera intentó pararse ante la amenazante actitud de Phil.
-¿Quién es  Ud.? – murmuró tembloroso.
- ¡Yo soy el que pregunta eso!, y además me dirá qué hace aquí -respondió Phil, mientras desarmaba con velocidad y eficacia profesional al secuestrador.
- ¿Y Ud. cree que voy a decirle porqué estoy aquí?
- Creo que por ahora no será necesario – replicó X9, aplicando un certero y fuerte culatazo al incauto, que se desmayó al instante.
Volvió el agente secreto a la antecocina y reiterando las advertencias de mantener silencio, desató y quitó la mordaza a la aterrorizada mujer, de unos cincuenta y cinco años de edad.
- Señora, en voz baja y rápidamente, dígame que ocurrió.
- Este hombre  ingresó hoy de mañana por la puerta de la cocina, seguramente  cuando Rosalía  estaba saliendo para su oficina y  dominó a la señorita y su madre Cuando llegué a trabajar, entré  por el portón de la cochera y la puerta de la cocina que estaban abiertas como de costumbre a esa hora,  y me encontré con él que me tranquilizó diciéndome que nada me pasaría ni a mí ni a la familia, si colaboraba, pues tenía que cumplir una misión sin que el Sr. Columba se enterara y luego él y un compañero que también participaba, se retirarían sin causarnos daño. Me imagino que deben estar en uno de los dormitorios. Sé, que  la mamá fue obligada a hablar con Columba y decirle que Rosalía guardaba cama. Y eso fue todo; me ató y me  mantuvo custodiada, hasta que Ud. llegó.
-Bien, manténgase en calma, que ataré a su captor e iremos a liberar a Rosalía y su  madre. Y usando la misma soga y la mordaza que aprisionaron a la mujer, hizo lo propio con el ahora prisionero, que comenzaba a recuperarse del golpazo que le había proporcionado. La tarea estaba cumplida, antes de que el hombre pudiera emitir el mínimo sonido. Acompañado por la empleada de la casa, se dirigieron hacia la sala, donde hallaron a las dueñas de casa, también inmovilizadas e inhabilitadas para hablar, por igual método. Primero, Phil desató a la señora mayor, luego hizo lo mismo con Rosalía, quien eufórica, lo abrazó y luego, con lágrimas en los ojos, dijo:
- ¡Gracias a Dios Sr. Nagirroc! Le  diré lo que ocurrió. Anoche a última hora, después que se retirara el Sr. Columba, y mientras finalizaba mis tareas llegó ese traidor de Cohan, quien estuvo indagándome sobre sus averiguaciones de horas antes. Yo poco sabía de su búsqueda, salvo que hablamos del delta y sus islas y que lo noté complacido por haber hallado aparentemente una dirección  importante para Ud. Insistí a Cohan que yo no sabía nada, pero él me amenazó con un arma y me sentí obligada a ofrecerle la guía que le había proporcionado a Ud una aparente  pista. Con cuidado examinó las hojas y notó casi indelebles marcas que en su búsqueda Ud dejó. Observó la hoja a trasluz, luego con cuidado la cortó íntegra  con una navaja y dejó el tomo, procurando que nada  se notara. Me obligó a escribir un aviso sobre mi supuesto malestar, justificando que no iría a la mañana siguiente, e hizo que llamara a mi madre y le  advirtiera que no pasaría la noche en casa, alegando que ¡la pasaría con mi prometido! ¿Cómo sabía este cretino, que mamá lo admite y que no se sentiría sorprendida? ¡Este tipo nos vigila desde hace tiempo, al Sr. Columba,  a mí y tal vez, a Ud. también, Sr. Nagirroc! Anoche, después de eso,  me retuvo en una casita rural que él y su camarada tienen, ni se dónde, me dio de cenar decentemente, me ofreció dormir en un cuarto donde permanecí encerrada, afirmándome que no temiera, pues temprano a la mañana, volveríamos a mi casa. Al notar que me trataba con respeto y que desapareció toda violencia o insinuación de abuso, forzada por las circunstancias, me calmé y dejé que las cosas siguieran su curso. Y a pesar de mi pavor inicial, recuperé el ánimo y hasta dormí unas cuatro horas, sin zapatos pero vestida, sobre aquella cama que lucía prolija. A las seis, desayunamos café con leche con galletas y partimos en un chevrolet del 42  de color azul hacia mi casa. Abrí el portón de la cochera, entraron su auto; me hicieron pasar y tranquilizar a mi madre y cuando nos reunimos, nos explicó que estaban realizando una misión secreta que no podía ser revelada hasta que culminara y que debíamos tener confianza en que no sufriríamos daño alguno. No obstante, en el ínterin, tendrían que mantenernos quietas y nos ataron. Cohan se fue alrededor de las nueve en el chevrolet y dejó a Sam - así lo llama – aquí, para vigilarnos. Él fue el que te esperaba a ti Carola ¿no es así?
- Sí señorita, contestó la empleada aún confusa por la extraña aventura.
- Rosalía ¿tienes un sótano seguro, donde pueda encerrar a ese cretino, mientras me hago cargo de lo que ocurre con Cohan?
-¿Va a dejarlo aquí?
- Solo, si es posible y lo consientes. El lugar debe ser seguro; Uds. deberían salir para mayor seguridad. Y cuando yo confirme que está ocurriendo con Cohan, volveré con la policía y nos haremos cargo de ambos.
- Necesito un par de horas solamente. Te irás a ver a Columba, le contarás todo y muy pronto sabrán de mí. Sugiero a las señoras que vayan al centro, paseen y almuercen donde gusten que yo las invito, dijo ofreciéndoles un billete de cien dólares.
- No, eso no es necesario Sr. Nagirroc; Ud. ya nos  sacó de un gran aprieto y colaboraremos. - Mamá, Carola, por favor, hagan lo que el señor les indica.
-Está bien y muchas gracias, dijo la señora, aceptando complacida el dinero. Con esto además iremos de compras; ¡es un excelente pago por el alquiler de nuestro sótano!, agregó sonriente.
Phil bajó el prisionero al sótano, que sin duda era hermético, con luz y entrada de aire suficientes para que aquel hombre permaneciera allí, seguro e incomunicado por  el tiempo necesario.
Cerraron la casa y marcharon los cuatro, a sus diversos destinos.
El de X9 era, el ya previsto, las islas del delta de Paraná. Rosalía le indicó, como abordar en Núñez, el tren que habiendo partido de Retiro, lo llevaría al Tigre. Y en menos de  media hora, se hallaba en marcha hacia allí.

18

Cuando Phil llegó a El Tigre, se dirigió de inmediato a la estación fluvial sita a orillas del Río Luján donde contrató una lancha – taxi, cuyo patrón era Marcos, un joven criollo con apariencia honesta,  que le dio un precio por cuatro horas, advirtiéndole que si excedía ese tiempo le cobraría algo más por el combustible, no por su trabajo. A Phil le cayó bien como persona y el precio era razonable.
-Está bien - le dijo- pero ¿sabes donde vive la Sra. Hanna Keller?
-Oh sí señor; tiene una gran quinta en una isla sobre un afluente del Paraná de las Palmas. Cuando regresa de Buenos Aires atrasada, doña Hanna casi siempre recurre  a mí; bueno,  si no estoy ocupado en otro viaje, por supuesto.
- Vamos a visitarla. ¿Qué crees que le agradaría que le lleve como atención?
-Llévele aquel sombrero para el sol; le encantó, pero cuando consultó el precio, lo devolvió con malestar, como si estuvieran abusando de ella, por ser alemana. Phil se acercó al comerciante de sombreros y le indagó:
 - ¿Cuánto cuesta  ese…?
- Cinco dólares, contestó el vendedor.
- ¿Cómo se regula el tamaño?
- Es el modelo mediano señor; para adaptarlo, hay que ponérselo y ajustar esta cinta a la  cabeza, de manera  que quede  cómodo.
- Bien; ¿último precio?
- Llévelo por cuatro y quedamos en ¡Santa paz de Dios!, señor.
- OK. Envuélvelo como regalo para una dama, ponlo en una bolsa y listo – concretó Phil sacando su billetera. El hombre, disfrutando del negocio, hizo delicadamente lo que X9 le solicitó  y se lo entregó, agradeciéndole y ofreciendo a la destinataria, posibilidad del cambio que desee, ya sea por uno de distinto modelo o  tamaño u otra mercadería.
Phil volvió a la lancha seguido por Marcos, quien la desamarró, echó a andar el motor y partieron.
-¿Cuánto tiempo estimas que nos tomará llegar a lo de doña Hanna?
- Hora y media, señor; a buena marcha. Y enseguida comentó, como para matar el tiempo:
 -Desde que la guerra terminó muchos parientes han venido a visitarla, y algunos  dicen que alguien se ha quedado a vivir con ella. También, ¡es tan grande esa villa! Sin embargo, hasta hace poco, vivía ella solita, únicamente acompañada por el matrimonio Seoane, que nacieron en las islas  y le sirven desde que ella llegó. Gente buena y trabajadora los Seoane, le manejan todito, limpian y cuidan la residencia y el jardín, hacen las compras, las tareas de la casa  y atienden  a la señora. Aunque doña Matilde y don Jaime afirman, que la  señora Hanna es la que cocina para los tres y lo hace muy bien. Bueno, Ud. sabe, los alemanes que yo conozco,  todos se mueven y  ¡mucho! Ud no es alemán ¿no, señor?; gringo sí, pero aunque hable muy buen español, yo lo noto, es inglés o americano ¿cierto?
-Cierto Marcos, soy norteamericano, pero mi madre era alemana.
-¡Ajá!, vio como acerté. Parece que va a estar concurrida la cosa en la villa hoy. Hace un  rato un ruso tomó la lancha colectiva rápida, y  yo oí decir que quería ir a lo de doña Hanna.
-¿Un ruso?- preguntó Phil.
- Bueno, aquí le llamamos así a los judíos, para no ofender.
-Ah, comprendo. Y ¿cómo te diste cuenta que era judío?
- Y, la facha, señor. Grande, robusto, rubio transparente, ¡casi parece uno de esos chanchitos colorados! - agregó riendo.
- Y tú  piensas ¿que la señora Hanna es judía también?
- No, no. Es alemana pura  y se supone que el otro que vive con ella desde hace un tiempo, también. Pero a ese no lo vi  nunca. ¡Para mí que no existe! Nunca nadie del puerto lo ha visto, porque si no, yo lo sabría. Creo que son habladurías nomás y que allí no vive ningún hombre con la señora Hanna. Además, si así fuera,  doña Matilde me lo hubiera comentado; sabe como son las mujeres, ¡siempre se les escapa  la lengua!
Phil quiso mantener distancia con Marcos, que con su conversación lo iba envolviendo y a la larga, averiguando o suponiendo también, historias en torno a él. No quería decirle el motivo de su visita, aunque esperaba que el locuaz lanchero se lo preguntara. Por eso decidió cambiar de tema.
-Y ¿cómo es la pesca por aquí?
- Muy buena, por supuesto. Hay que buscar los pesqueros tranquilos, ¿verdad?, porque imagínese,  con el bochinche de lanchas que a veces hay, no se saca nada. Pero, yendo a un buen pesquero, en lugar tranquilo, puede sacar, surubí, pacú, patí, boga, buenos bagres de río y no se cuantos peces más, siempre con su carnada y aparejos apropiados, como es lógico.
- Si un día te busco para ir a pescar, ¿me acompañarías?
- Sin duda, pero entonces, iríamos en  un bote con motor fuera de borda que tengo y cuando estemos cerca del lugar, seguimos a remo y le garantizo que va a disfrutar de la pesca y del buen pescado. ¿Cómo es su nombre señor?, porque si vamos a salir de pesca Ud. ya es un amigo y tengo que saberlo.
- Philip Nagirroc. Llámame Felipe si quieres.
- Yo soy Marcos Abelenda, don Felipe, respondió respetuosamente.
- Bueno, mira Marcos ya que seremos amigos, te pediré un favor. Doña Hanna es la hermana de mi madre, a quien no veo desde que ella se vino a la Argentina. Me gustaría darle una sorpresa agradable y por eso vine sin avisarle. ¿Es posible que baje y llegue hasta la casa,  sin que la ponga sobre aviso?
- Pues si. Hay dos muelles, uno antiguo junto a un  montecito ribereño bastante cercano al parque que rodea  la casa y otro mejor, que ella hizo construir cuando vino,  bien enfrente a la villa. Lo bajo en el primero y listo. Allí lo espero hasta que Ud. me haga una seña desde el principal; entonces,  me acerco y bajo, o lo espero aquí en la lancha; como guste. Para mí es igual, traje mi almuerzo.
- Haremos como dices Marcos; te lo agradezco.
- ¡Faltaba más!
- ¿Dime, sabes si hay perros sueltos?
- No. Tenían un dobermann, pero mordió a un proveedor descuidado y doña Hanna, para evitar nuevos problemas, se lo entregó a un veterinario que se lo llevó.

Poco después, Marcos apagó el motor y con gran destreza timoneó la lancha hasta el antiguo muellecito, donde atracó frente al monte, en el que  predominaban sauces llorones, acacias, talas  y otras especies criollas, que le dieron a Phil una sensación de bienestar y cobijo que jamás hubiera imaginado. Al descender, X9 sonrió al botero, le palmeó la espalda en señal de satisfacción y aprecio, y le dijo:
-Por ahora, espera aquí en silencio.

19

Phil vestía una camisa de algodón sanforizado de color verde pastel, pantalón amplio al tono, sujeto por un  cinturón ancho, donde a la izquierda, se ajustaba  la pistolera de su 45. Llevaba además una campera que aun abierta cubría el arma.  Había estrenado unos buenos borceguíes  que compró en López Taibo dos días  antes, uno de los buenos  hallazgos de  su trajinar por la Av. Corrientes. ¡Que acierto llevarlos  ese día!,  pues aquel humedal, aunque cubierto de verde pasto, se sentía fangoso y poco firme bajo los pies, y el calzado le permitió caminar  seguro y protegido. Aunque su tensión regresó en pocos instantes, pudo percibir el canto de los pájaros que, innumerables, brindaban un verdadero concierto de trinos y llamadas. Y reconoció zorzales y horneros, calandrias y chingolos, que había aprendido a identificar en las grandes plazas de la ciudad y que  aquí, lo rodeaban en profusión. Se dio cuenta que estaba en un lugar idílico,  hasta que lo picó un mosquito. Este, lo volvió definitivamente a la realidad y con su paquete de regalo, colgando de la bolsa que había afirmado a su muñeca izquierda, con la derecha tanteó la pistola, que dejó  pronta para cualquier emergencia.
Caminó hacia la villa a través del  parque cuidado que la rodeaba; los árboles criollos se intercalaban entre robles y coníferas exóticas, que le recordaron especies europeas y norteamericanas bien conocidas. Avanzó sin ser visto; pretendía alcanzar la casa y tener una primera visión cercana del entorno, sin ser detectado.
¡Y vaya si  la tuvo!... Detrás del caserón, en una zona donde otrora hubo cultivos frutales, de los que quedaban solo una cierta cantidad de ejemplares pocos cuidados, existía un galpón destinado a guardar los implementos necesarios para el cultivo. Allí, junto al local de trabajo, Cohan marchaba a empellones, encañonado por un personaje que él  no conocía, pero que inmediatamente asoció con los datos que tenía sobre Bormann. Medía un metro setenta, había rapado su cabeza y llevaba solamente bigote y barbilla bien recortados; pero reconoció su perfil y mirada de acero. Sí, era ¡Martín Bormann! que había dominado a su perseguidor; observó  la Walther P38, característica de los oficiales nazis y se le heló la sangre: ¡sin duda, era él!
Quedó atónito. Por instantes dudó sobre la acción a tomar. ¿Estaría aquel hombre rodeado de sicarios, o simplemente se sentía protegido por el anonimato en que lo sumergían las islas del delta y la familiar villa de  Hanna Keller?
-¡Matilde, apúrate que tenemos visita!, clamó enérgicamente una voz femenina con acento alemán, y al tiempo que Bormann y Cohan desaparecían en el  galpón de labranza; por  un sendero cubierto de balastro bien apisonado, que conducía al gallinero, llegaba apresurada doña Matilde, con una huevera esférica de alambre acerado, que sostenía por su mango  semicircular torneado en espiral y estaba  repleta de huevos recién recogidos.
- Ya voy, doña Hanna – contestó la buena ama, ingresando por la puerta trasera y haciendo sonar con estrépito, el marco retráctil cubierto por tejido mosquitero. Nada vio ni oyó la atareada mujer y eso permitió a Phil escabullirse velozmente hacia la puerta del cobertizo.
- ¡Eh! ¿Quién es Ud y que hace aquí?- tronó el vozarrón de Jaime, que llegaba lentamente, por un camino lateral, en un charrete tirado por un equino y conduciendo dos más, unidos por riendas  al coche.
El grito alertó a Bormann en el interior del galpón, que imaginó la presencia de un compañero de  Cohan y, entonces, giró su cuerpo perfilándolo con el brazo y la mano armada extendida hacia la puerta. Esa distracción bastó para que el comando israelita tomara un  cuchillo militar que traía en una vaina atada a su pierna  y lo lanzará con gran fuerza y habilidad, hundiéndolo en la carótida izquierda de Bormann. Este, profirió un horrible grito ahogado y llevando ambas manos al cuello, cayó instantáneamente, perdiendo la conciencia, al tiempo que se desangraba rápidamente.
- FBI, gritó Phil a don Jaime que estaba aterrado ante la escena y, empuñando su pistola 45, se acercó con cautela y entrando al galpón, comprobó que el nazi expiraba. Entonces, agregó en alta voz: - ¡Entréguese Cohan, Bormann ha muerto!
Pero, el vindicador solitario, empuñando enseguida la Walther de su víctima había ya saltado por una ventana, y se dirigió hacia el charrete, desató una yegua  y montándola sin dificultad, huyó en ella a campo traviesa, en dirección opuesta a la casa.
X9 salió del galpón con el arma aún en la mano y dijo a don Jaime:
-Serénese, todo acabó; ahora llamaremos a la policía. Y, enfundando su arma, con la frustración de una misión trunca, pues su objetivo era detener al nazi para que fuera juzgado, recogió el modesto obsequio que traía para Hanna Keller y se dirigió hacia la casa.
Hanna y Matilde salían envueltas en llanto y Seoane corrió hacia ellas, diciéndoles:
- Don Juan ha muerto. Este caballero es del FBI y ha intentado ayudarlo y perseguir al asesino, que escapó en nuestra yegua,  hacia el fondo de la isla. Me dice que debemos llamar a  la policía.
- ¡No, eso no! – dijo Hanna. Pase Ud. amigo y hablemos.

20
Entró Phil a la casa, tratando de consolar a las mujeres conmocionadas  por aquellos violentos sucesos, que paralizaron su idílica existencia en aquel lugar. Jaime, se hallaba aun más  alterado que las mujeres. En su desesperación, expresó:
- Ya no seremos más los  Seoane, sino nuevamente nos llamaran  Schwarz[i], y volveremos a vivir el trágico legado de persecución y muerte que nuestros padres nos dejaron, y para  Ud,  querida doña Hanna, por amparar a su primo hermano, por él,  verá resurgir el estigma de horror y muerte que no la ha abandonado nunca! ¿Qué será de su sobrina polaca? que está aquí,  para visitarla por pura cortesía y que teniendo nuestra raza y ancestros comunes, se verá forzada a soportar la indagación de la policía, la sospecha y, peor aun, tal vez ¡la prisión!
- ¡Calla Jaime, por favor!; pase Ud señor…
- Nagirroc; Philip Nagirroc, contestó X9, con sumo respeto y hasta sintiendo cierta contrición.
Era indudable que aquella buena gente se vería involucrada en un escándalo descomunal. E imaginó sus nombres en todos los periódicos del mundo, el escarnio que recaería sobre ellos, día a día, con cada avance de la investigación, y hasta pagando la culpa de la infructuosa búsqueda del homicida que hizo justicia por mano propia…
¡Y de pronto, recordó a su prisionero clandestino, que permanecía aun  en el sótano de la  casa de Rosalía! En fin, esto había sido su vida de siempre  y a pesar de que cada aventura que le aguardaba era más complicada, su rol era este; enfrentar situaciones  a veces imprevisibles y resolverlas, sabiendo que apoyaba causas justas. Pero, ¿qué sería de ellos?; ¡él mismo, para continuar su tarea, debía salir ileso de este intríngulis! ¡El gobierno del General Perón sería implacable con un agente secreto norteamericano!…
Pasaron a una pequeña sala donde la señora acostumbraba hacer sus labores; allí estaba su tejido, esperando que lo retomara, un ejemplar de la  revista Burda con el modelo y la técnica de los puntos, y la lana necesaria  para continuar el trabajo.
Doña Hanna pidió a sus servidores que mantuvieran la calma y la dejaran sola con Phil.
La dama intuyó que podría confiar en aquel hombre que había aparecido allí - no sabía cómo,  ni de dónde - pero que debía  ostentar credenciales suficientes como para estar legítimamente detrás de Martín y más aún, que había demostrado ética, al considerar un asesino a aquel que lo había ultimado, aún tratándose de un  enemigo de guerra.
-Señor Nagirroc, comenzó, ¿quien  los orientó para llegar hasta mi primo?; me refiero a ambos: al asesino y a Ud.
- Señora, percibo su aparente  inocencia y la grave situación que  puede esto desencadenar. Yo solo cumplo con mi deber: buscar a fugados que deben ser sometidos a juicio en Nuremberg. Ese hombre nos engañó, dijo estar con la ley, pero en realidad integra un comando judío que busca venganza. Él nos ubicó y aportándonos información valiosa nos convenció de pertenecer a nuestro propio grupo. ¡Créame!, su situación es difícil, pero también la mía y considero que debo dar participación a la policía: hay una muerte y mucha gente que sabe o puede conocer lo que aquí ha ocurrido. Además, tiene Ud visita; ¿cómo hará para justificar la desaparición de su familiar ante ella?
- Sí señor, comprendo su posición. Pero debo decirle algo. He amparado a mi primo, solo por temor, no  por otra cosa; nunca sentí su partido nazi como válido; más aún, vine a estas tierras ante la inminencia de la guerra y para ocultar mi raíz judía, sangre que también corría por sus venas. Por otra parte, quien me visita, es una prima segunda, mucho más joven que yo, que  pertenece a una antigua familia de la nobleza polaca, que también sufrió el desprecio y  persecución de Hitler y su maldito ejército. Los Seoane, vinieron con sus padres, muy pequeños, muertos de hambre por la inflación alemana del 23, estafados, engañados; pero aquí cambiaron sus nombres para pasar desapercibidos y vivieron hasta hoy ocultos en estas  islas.  Desde que compré esta villa, hemos estado viviendo juntos  una vida digna, independiente, usando mis pocos recursos y nuestro trabajo. ¡Déjenos seguir adelante en paz!
- Veremos señora… ¿Podría Ud permitirme hacer una llamada telefónica a un amigo que quizá pueda ayudarnos a resolver este asunto?
Hanna Keller señaló una mesita sobre la cual se hallaba el aparato telefónico. Phil le pidió que lo comunicara con  el número de la oficina de Columba. En pocos minutos estuvieron en contacto.
-¿Rosalía?, dame con Ramón, espetó - y cuando este estuvo en la línea le dijo:
- ¿Te atreves a ir a lo de Rosalía y soltar al tipo del sótano? No es peligroso; solo un novato que colaboró con nuestro amigo. Seguramente no los veremos más.  Aquí, lamentablemente han desaparecido los dos: la liebre y el cazador; recogí los últimos datos para terminar mi novela y mañana te la entrego. Créeme amigo que el desenlace te sorprenderá.
- Está bien,  contestó Ramón. Habitualmente las cosas no resultan necesariamente como las imaginamos. Te veo; ¡suerte Phil!
- Señora, creo que todo andará bien, pero ¿podrá darle sepultura a su primo en la isla sin que nadie se entere?
- ¡Gracias a Dios!, ¡por supuesto!, contestó doña Hanna y fue en busca de Jaime.
Phil quedó meditativo en aquella salita acogedora y sintió un gran alivio por la decisión que había tomado con la ayuda de Ramón. Se acomodó en el cómodo asiento y respiró, una y otra vez, exhalando lentamente y sintiendo que el destino había jugado su papel  inexorable, en el fin de esta historia.
Pasó sus manos sobre las cuencas de sus ojos para aliviar tensiones y cuando los abrió, creyó estar soñando. Una persona había entrado en la habitación y su perfume embriagador lo alcanzó: ¡Era Wilda!


Montevideo, 30 de marzo de 2007.

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