El Agente Secreto X9 regresa
Enrique dos Santos Molinari
(Capítulos 4 al 15)
4
Al caer la tarde del día siguiente, Phil ingresó al puerto y embarcó en el “vapor de la carrera”[i], un buque cuyo nombre era Ciudad de Montevideo y que navegaba durante la noche a través del estuario hacia Buenos Aires. Otro similar, el Ciudad de Buenos Aires, hacía al mismo tiempo igual ruta a la inversa, para traer pasajeros desde la capital argentina.
El servicio de la Compañía Argentina de Navegación, perteneciente a Alberto Dodero, un magnate uruguayo que hizo fortuna en la Argentina, era bueno. Los camarotes individuales o compartidos, tenían literas dignas y cada uno su lavabo. Los servicios higiénicos comunes eran amplios y con duchas cómodas, que usaban aquellos hombres de negocios, que a la mañana siguiente, necesitaban llegar rápidamente, sin pérdida de tiempo, al cercano centro de ambas ciudades rioplatenses, donde estaban las oficinas de sus clientes o contactos de destino. A las nueve de la noche Phil cenó en el comedor del barco, que estaba lleno de comensales y con algunas personas esperando plazas libres. La noche calma hacía imperceptible el suave ondular de la marcha del navío, lo que la tornaba especial para disfrutar de la buena mesa y la correcta atención a bordo. Luego, salió a cubierta y caminó junto a la baranda, deteniéndose de vez en cuando para contemplar la enorme extensión de agua rizada, donde se reflejaban los rayos plateados de la luna y las luces de la nave. Subió a la cubierta superior y continuó su marcha, observando los botes salvavidas, las puertas de camarotes superiores y a los paseantes. Dos damas conversando, cruzaron frente a él y Phil quedó impresionado por su hermosura y personalidad. Una llevaba un atuendo exótico, lo que le hizo pensar en una princesa oriental; la otra, sumamente bella, le cautivó por sus claros y grandes ojos verdes rasgados, que contrastaban con su cabello color azabache. Conversaban animadamente, pero eso no impidió que la que fulminó a Phil, intercambiara con él una fugaz señal de reconocimiento. Sus voces educadas y dulcemente sonoras se extinguieron a medida que avanzaban, pero Phil alcanzó a oír algunas palabras que lo sumergieron en un profundo misterio. No se trataba de un pasatiempo de damas; no hablaban de modas, deportes, familia o algo así, sino de un tema esotérico. A pesar de su habilidad profesional para deducir sagazmente la trama de una conversación trunca a partir de pocos vocablos, esta vez le resultó casi imposible. Percibió que hablaban de hechos que se daban en una dimensión fuera de la real. No era de un tema espiritual, filosófico o religioso, sino tal vez de eventos no perceptibles para seres corrientes. Sí, casi seguro que hablaban de experiencias parapsicológicas; ¡eso era!
A las once y media se retiró a descansar. En sus sueños vio a la mujer de los ojos verdes correr como si flotara en el aire y desaparecer tras un dosel que comprobó que no cubría puerta ni abertura alguna, sino que solamente pendía sobre una sólida pared de granito rojo; él escaló la muralla para alcanzarla, pero detrás, solo existían abisales regiones del océano… Despertó agitado y pronto comprendió que era una pesadilla, pero le costó dormir nuevamente. Cuando lo hizo y volvió a despertar, eran las seis y media, clareaba y fue a darse una ducha. Tomó un buen desayuno de café con leche y cruasanes calientes, que le pareció una maravilla, más aún porque estaba incluido en el servicio y no tuvo que pagar por él.
Descendió en el puerto de Buenos Aires, recogió sus valijas, que fueron revisadas minuciosamente en la aduana y tomó un taxi que lo llevaría al moderno y elegante Hotel Claridge, donde tenía hecha su reservación.5
El corto viaje le proporcionó una agradable sorpresa. Aun para un hombre experimentado que conocía las grandes y antiguas ciudades de Europa y Estados Unidos, Buenos Aires se le presentó como una verdadera “reina del Plata”, ya sea por sus modernos y elevados edificios o los palacetes de fin del siglo XIX y comienzos del XX que le daban un estilo parisino, como por las grandes avenidas de varias sendas y vertiginoso tránsito, que dejaban a su lado múltiples y amplios espacios verdes y exhibían una intensa vida urbana. Gente caminando apresurada, semáforos en cada cruce para facilitar los desplazamientos de vehículos y la seguridad personal; un trazado regular de las calles en damero, pero con amplias diagonales que permiten el ágil desplazamiento de un punto a otro en aquel gran centro comercial y financiero.
Cuando tomaron por la Avenida 9 de Julio, el chofer le comentó que estaban rodando sobre la más ancha del mundo. Giró su cabeza a ambos lados y no dudó sobre aquella aseveración aunque no conociera ningún dato objetivo que la confirmara. A ambos lados de ese gran bulevar (que aquí, llamaban avenida), existían dos calles paralelas, una en un sentido, la otra en el inverso. En el amplio cruce con la Avenida Corrientes, hallaron un gigantesco Obelisco, que remedaba al de Washington en la capital federal de su país. Era gris y uniforme como aquel; impresionante, fundamentalmente por su enorme tamaño y la ubicación en el cruce de dos arterias tan transitadas.
Por contraste, recordó el menor y artístico Obelisco a los Constituyentes de 1830 de Montevideo, estilizada columna, tallada en granito rojo y flanqueada por grandes alegorías en bronce - obra del escultor José Luís Zorrilla de San Martín - que se halla sobre una plaza circular donde la avenida principal (18 de Julio), concluye en el gran parque Batlle y Ordóñez. Ese monumento posee una fuente a su alrededor y apoyadas en torno a los bordes de la plaza que lo contiene, grandes esferas perfectas, talladas a mano por anónimos pedreros uruguayos, en un inusitado despliegue de fusión de la artesanía con el arte, logrado con el noble y perdurable material.
Corrientes tenía un único sentido y conectaba el Centro con varios barrios de la ciudad. Ese lugar por el que pasaban, era el punto neurálgico de Buenos Aires, como pronto habría de confirmar. El imponente espacio abierto del cruce en que estaban, le recordó a Times Square en New York cuando lo vio por la noche, con sus carteles de ingeniosos juegos de lamparillas de colores o luces de neón, que dibujaban toda suerte de diseños en movimiento y hasta aportaban un fuerte realismo, con emisiones de humo blanco.
Más allá de Corrientes, admiró unas bellísimas fuentes de bronce fundido. Su chofer, improvisado cicerone, no les dio demasiada importancia, pero le advirtió que no olvidara visitar “La fuente de las Nereidas” de la escultora salteña Lola Mora, hecha en mármol de Carrara y granito rosado, que se halla en la Costanera Sur, frente al Plata.
En la calle Tucumán entre las de San Martín y Florida se hallaba el Claridge. Descendió del taxi y dio una propina al buen chofer que la agradeció con entusiasmo. Un elegante portero lo recibió y tomó sus valijas. Un botones impulsó la puerta giratoria y Phil ingresó al reluciente hall del lujoso hotel, que tenía dos meses de inaugurado.
Entonces se pregunto porqué Graff lo había introducido en este mundo de opulencia.
6
Su habitación era sumamente cómoda; tal vez, uno de los mejores cuartos de hotel en que hubiera estado en su largo trajinar mundano. Todo era flamante, los muebles con un característico aroma fresco de maderas finas bien curadas y lustradas, el colchón firme, la ropa de cama nívea y almidonada, almohadas de plumas, colcha impecable y desde luego, la reserva de frazadas de paño de lana de ovejas de calidad superior, lo que bien podría esperarse en aquel país, productor por excelencia de esa materia prima. Como esperaba quedarse unos días, extrajo todas sus pertenencias de las valijas y las acomodó en el armario y el tocador.
Su encuentro con Columba sería a las once de la mañana por lo que resolvió afeitarse y cambiar de camisa y traje para salir con tiempo hacia las oficinas de su nuevo compañero en la calle Sarmiento.
Caminando lentamente, pues se hallaba en lugar céntrico, a pocas cuadras del Claridge, llegó a su destino que obviamente era un edificio de oficinas. Revisó la cartelera que indicaba los nombres de empresas y profesionales que allí ejercían sus actividades y cuando llegó al número 419 solo leyó un sintético RC.
Despertó su curiosidad tan inusual como breve indicación de la oficina de una persona tan conocida ya por su condición de popular caricaturista político, como fundador de la Editorial Columba y al mismo tiempo Jefe de los taquígrafos del Senado Argentino, un cargo que le aseguraba amplias relaciones con todos los sectores de la política y – en especial - fácil acceso a los líderes en el poder.
Recordó la velocidad de sus anotaciones estenográficas en las reuniones con Bill en Montevideo y entonces se enteró que podía alcanzar la sorprendente velocidad de 215 vocablos por minuto, para registrar fielmente la palabra de un orador mediante aquel arte. Según dijo: - esa técnica aprendida en la adolescencia, agilizó mi mano para el dibujo y me llevó a amar la caricatura como una forma especial del retrato, que en mi opinión da al personaje objetivo una trascendencia eterna, superior aún a la de una buena fotografía, que solo exhibe un instante de su vida.
- Phil, ¡qué puntualidad, amigo mío!, dijo Ramón a X9 cuando ingresó, faltando tres minutos para las once. Se nota que no eres argentino - agregó - ; aquí la gente te cae media hora después de la acordada y pretende que lo soportes sin derecho a pataleo.
La modesta oficina con su pequeña recepción, donde una eficiente taquidactilógrafa trasladaba velozmente en su moderna máquina de escribir los dictados y escritos del jefe por lo menos en tres lenguas diferentes, era la guarida preferida de Ramón para concentrarse o recibir personas de confianza ajenas a sus ocupaciones oficiales. Convocó a Philip allí porque sabía que este, como otros encuentros, pasaría inadvertido. La calle céntrica, con un mar de gente que iba y venía apresurada, los activos comercios y el permanente flujo de turistas eran como una niebla que se cernía sobre la poco atractiva entrada del edificio de cinco pisos a cuyos lados dos locales en planta baja expendían, uno, confituras, chocolates, te, café y afines, y el otro, artículos de iluminación y electricidad. El hall de acceso a las oficinas de los pisos altos, conducía a la puerta de un pequeño apartamento para el encargado de la limpieza y custodia nocturna del edificio y a dos sencillos ascensores, con una escalera de emergencia en torno a ellos.
Ramón comenzó a conversar de asuntos triviales como las primeras impresiones de Philip respecto a las capitales platenses y hacer comentarios sobre la rivalidad futbolística con los uruguayos; para terminar confesando su admiración por la cultura del pequeño país vecino, cuyas autoridades y mayorías populares tuvieron una visión clara sobre el peligro que corrían las democracias occidentales ante la polaridad del derrotado nazi-fascismo y el peligro emergente de la expansión del totalitarismo soviético.
Luego comentó a Phil su decisión de retirarse como taquígrafo del Senado. El triunfo electoral que llevó a Juan Domingo Perón al poder como presidente constitucional desde principios de junio de 1946, lo hacía sentirse incómodo. Su retiro de esa área de actividad, no le haría perder los contactos muy afianzados durante tantos años y además, ya sea su labor en la editorial, como la de caricaturista de prensa, continuarían sirviendo a su acceso a toda información, aun la más confidencial.
Minutos después, la secretaria tocó a la puerta y anunció a un caballero que recientemente había sido forzado a renunciar al empleo que ejercía desde el año 1937 en la Biblioteca Miguel Cané. Era el escritor Jorge Luís Borges, tercer participante de aquella singular reunión.
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Ramón se incorporó, apretó fuertemente la mano del recién llegado mientras le rodeaba con su brazo izquierdo en un significativo gesto de aprecio y familiaridad. Hizo enseguida la presentación de sus visitantes, enterando a ambos en forma concisa y sustancial, de sus antecedentes.
Aparte de la propuesta que Graff le hiciera y la colaboración comprometida por Columba, Phil percibió que la presencia de aquel personaje era esencial para la concreción de sus futuros objetivos, que aún consideraba difusos.
Comprendió que el lazo que los unía no solo pasaba por compartir una doctrina política liberal y el desprecio al fascismo que bajo un burdo ropaje populista, había permitido a un militar carismático y a su amante Eva – bella, sagaz y ambiciosa actriz - escalar el máximo poder en una rica nación, carente de equidad social.
Las palabras del escritor le revelaron un pensamiento esclarecedor, profundo, pleno de razones y convicciones; envolvente, pues al enterarlo de los hechos acaecidos antes y durante la guerra, de la inestabilidad de los gobiernos y el peso del ejército en los acontecimientos políticos y la participación y decisiva influencia de algún líder sindical en el triunfo final de Perón; logró que se sintiera envuelto en la telaraña de siniestras relaciones internas y externas que condujeron a la ascensión de ese nuevo régimen ultra nacionalista.
Allí supo que las expresiones y revelaciones inoportunas del embajador de su país, habían contribuido a un efecto contrario al que pretendían, afirmando el advenimiento legítimo del militar.
Luego pasaron al grano del asunto. En su reciente conferencia en Montevideo, el escritor - con fuertes vínculos familiares y de amistad en Uruguay - país al que ama, admira y llama con cariño “la Banda Oriental” – había conocido a una dama que perteneció a la antigua y hoy dispersa nobleza centroeuropea, que le aportó datos y vínculos que Phil podría aprovechar a sus fines.
-La princesa Narda y su prima Wilda han llegado hoy desde Montevideo y se alojan en el Hotel Claridge como Ud. Sr. Corrigan, afirmó Borges categóricamente. Mañana a la noche habrá una recepción a la cual asistirá “Evita”, pues es muy supersticiosa y está convencida que ese encuentro la convertirá en una verdadera “reina” - de los descamisados - por supuesto. Narda concurrirá con su prometido el Sr. Ekardnam, a quien Columba conoce bien ¿no es así Ramón?
-Por supuesto, respondió éste y mientras guiñaba un ojo a X9, agregó riendo irónicamente, es el famoso mago del que hablamos y que te cederá un día de estos su primera plana.
Y Borges concluyó: - todas las imágenes sobre espejos que escribí se las debo a ese caballero, ¡el mayor de los ilusionistas!
Una gran impresión y al mismo tiempo una extraña incógnita ocuparon la mente de Phil al salir de la vieja oficina. La primera, fue identificar a las dos figuras femeninas que había visto fugazmente esa misma noche a bordo del buque, con las del relato de Borges y la segunda - ¿por qué Graff no le reveló la verdadera razón por la cual se alojaría en el Claridge?
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El Sr. Ekardnam y su amigo y asistente llegaron al Claridge a las once y treinta, al tiempo que Ramón, Borges y Phil mantenían su entrevista en la calle Sarmiento. El elegante caballero vestido de gala y su singular acompañante, un gigante de más de dos metros, de piel oscura, exótica vestimenta y presencia de bronce, se dirigieron a la recepción solicitando ser anunciados a la princesa de Cockaigne[i].
El recepcionista, impresionado por la extravagante pareja, decidió retirarse y llamar a la suite de Narda desde un teléfono alejado del mostrador. Al instante, retornó con ánimo confuso ante la inesperada respuesta de la princesa: - Oh!, dígale a mi prometido y su amigo, que en un instante estaré con ellos. El funcionario trasmitió el encargo y ofreció a los visitantes que tomaran asiento en los sillones del hall, pero al girar los talones para atender una llamada entrante por aquel mismo aparato, casi se desmaya al ver el teléfono desplazarse por el aire y quedar apoyado suavemente sobre el mostrador, junto a otro idéntico que allí se hallaba. Mandrake intercambió una mirada con su amigo, quien esbozó una sonrisa.
Minutos después Narda se unía al mago y su camarada. Besó alegre y amorosamente a su novio y extendiendo la mano derecha al príncipe de ébano, le dijo – Lothar ¡qué suerte que tú también estés aquí! En respuesta, éste se inclinó y con un ágil y elegante movimiento, besó la mano extendida en respetuoso ceremonial. Mandrake los condujo a la cafetería y estuvieron platicando buen rato.
-¡Tres meses sin verte ha sido demasiado tiempo, querido! Pero mi deber estaba allá.El viejo continente fue aparentemente liberado, pero desde los acuerdos de Yalta, la mayor parte de los territorios del centro de Europa y entre ellos mi pequeño país, sólo han cambiado de manos, sin que por ahora podamos hacer nada. Nuestras gestiones han sido inútiles; nuevos gobiernos títeres del poder soviético, se han instalado y aparentemente perdurarán por mucho tiempo.
-Es así, resígnate Narda y dime como quedó tu familia.
-Tú sabes, hoy día, casi todos están en Londres. Mi madre encontró allí su nuevo hogar y en su hermana una gran compañía. He podido convencer a mi prima Wilda para que me acompañe y aquí estamos, tras un largo viaje. Siempre ha sido mi mejor amiga y quiero apoyarla. Cuando estemos en Estados Unidos la orientaré para que ingrese a una buena Universidad y cumpla con sus anhelos de ser abogada .Como insististe en verme pronto, vine con ella. Ambas tenemos pasaportes suizos, por lo cual todo resulta más sencillo.
-¿Y tú, amado, y este gran amigo, en qué nuevas aventuras se han enredado?
-Todo normal - terció Lothar. He cuidado de tu novio como ambos merecen.
-Tal vez en exceso - agregó Mandrake. Es más realista que nosotros, y por eso no confía tanto en mi magia para controlar al enemigo, por lo cual a veces se arriesga demasiado. Pero, en fin, somos un buen equipo; mi poder mental y su poder físico hasta hoy se han complementado maravillosamente.
-¿Y yo?
-Tú eres el hechizo, la intuición que atraviesa el enigma y lo revela; y para mi alma, la musa inspiradora.
-¡Oh, que gentil y romántico te encuentro!
-Sincero también. Sabes que eres mi luz y guía en nuestra lucha contra el mal y además, siempre, mi compañera inseparable. Por eso te llamé. La idea de vernos en estos días sin dilación, se debe al mismo hecho que te convoca a la recepción que ofrecerá mañana por la noche la esposa del Presidente.
-¿Quieres decir que tu planeaste ese encuentro?
-¡Oh, no!, yo solamente le dije quien eras y que en estos días vendrías a Buenos Aires. Ella, que es una joven de tu edad, de origen humilde pero con agallas y que sueña con ser “reina”, mordió el anzuelo y me pidió tu dirección para enviarte la invitación.
-¿Con qué fin?
-¡Propaganda! Aparecerán fotografiadas en todos los periódicos y revistas del país. ¡La cenicienta finalmente convertida en reina, recibe a una reina real y a su
prometido, el mayor de los magos, que los ha deslumbrado recientemente con su ilusión del mundo que existe detrás de los espejos!
-¿Y nosotros, qué tenemos que ver con esto?
-En el almuerzo te lo contaré. Y haciendo una seña a Lothar, el Sr. Ekardnam se puso de pie, retiró la silla de la dama y tomándola de la mano, marcharon los tres hacia el restaurante del hotel.
9
Cuando el Sr.Segrob llegó, un caballero vestido de frac, que aún sostenía en su mano izquierda guantes, sombrero de copa y un bastoncillo recto de treinta centímetros, le estrechó la mano y le señaló con gentileza la entrada al salón, que semejaba un vano espejado por el cual acababa de pasar, desapareciendo de inmediato, un gigantón a quien el singular recepcionista, se dirigió con gesto de natural reconocimiento: -Adelante Rahtol.
El Sr. Segrob era un hombre decidido, de gran apariencia física aunque de escasa inteligencia, que apenas había completado sus estudios primarios. Carecía de sentido del humor, su lenguaje era pobre y hasta algo grosero; pero muy ocurrente y audaz, cuando trataba con mujeres, entre las cuales prefería a las tontas y de conversaciones más banales. Bastaba que tuvieran senos turgentes, fuertes y redondeadas caderas o bien torneadas piernas, para que se sintiera liberado y olvidando cualquier límite social o de buenas costumbres, se lanzara a la conquista directa, sin ambages.
El salón estaba extrañamente decorado y él dirigió su mirada al foco de la reunión donde rodeaban a una mujer joven, vulgar e insignificante. Su presencia seguramente hubiera pasado desapercibida a la mayoría de no ocupar el lugar de privilegio.
Él, pronto descubrió detrás de aquel rostro inexpresivo, triste y macilento, una vida carente de emociones, invalidada por la timidez y el tedio. Pero también supo reconocer bajo el atuendo monacal, un cuerpo bello que no había conocido caricias, una virginidad que percibió que ella odiaba, una pasión que yacía contenida en las entrañas de una fiera lúbrica adormecida. Era rubia, de grandes ojos y todos la llamaban Ave. El pensó que estaba embrujada y que sin duda, aún con tal nombre, era incapaz de volar alto.
Junto a ella, otra joven, ésta morena, de similar edad y distinguida figura, descollaba por simpatía y belleza y aunque procuraba mantener una conversación con su presunta anfitriona, difícilmente lograba sacarle unas pocas palabras. Oyó que se dirigían a ella como la Princesa Adran y sintió cierto desprecio por sus finos modales, natural protagonismo e invulnerable personalidad. Tal vez fuera la hechicera que había encantado a la rubia anfitriona.
Por allí pululaban dignatarios, magistrados, obispos y diplomáticos, damas elegantes y otras ridículamente ataviadas, ministros, artistas, poetas y dones nadies como él, y hasta una de sus amantes.
Saludó a algunos a su paso, ignoró a otros, y se dirigió hacia la anfitriona. Esta lo vio, se puso de pie y cambió de semblante; perdió el rictus abrumado, le sonrió como si lo esperara ansiosa, y presentó a Segrob a la Princesa Adran como su consejero personal y amigo más preciado. Este, perplejo, creyó estar soñando y se inclinó ante su majestad “qué se yo” y demostró inusual complacencia ante el insólito hecho, que podría beneficiarle en su única condición de astuto truhán.
-Ave querida – improvisó – ¡que gentes de alcurnia te rodean hoy!, esta bella Princesa, el heredero al trono de la Confederación de Estados Africanos y Príncipe de las Siete Naciones, el Nuncio, el Payador de Barracas, la Paica Rita, las personalidades del barrio y alrededores, como los embajadores de la Gran Banana y Macacolandia, que sin duda ¡no podrían faltar! ¿Y tu marido –agregó- tendremos el gusto de tenerlo entre nosotros, o los negocios de estado lo absorben tanto en estos días?
-Oh, el General no tiene quien le escriba y por lo tanto se quedó haciendo sus planas. Tal vez asistirá más tarde a la reunión oficial, porque como habrás percibido, esta primera parte incluye solo a los íntimos.
-Intimidad necesitamos para que te lea mis últimos versos al oído y no entre esta multitud abrumadora, agregó el supuesto consejero, apenas disimulando su desfachatez…
-Bueno, bueno, que pueden oírte, dijo ella acercándosele y dando un rápido giro, se alejó con un vulgar y provocativo contoneo.
Entonces, llegaron otras personas hablando diversas lenguas. Segrob se molestó ante la presencia de tantos gringos desconocidos que podían hablar francés, inglés, portugués o alemán, sin que él comprendiera una sola palabra y ni siquiera, de que idioma se trataba.
Malhumorado se acercó a un mozo y se sirvió una copa de champaña que pronto vació. Luego otra y una tercera, lo que lo alegró e hizo perder hasta ese mínimo pudor que se reserva para salvar las apariencias.
Se dirigió hacia la joven y exótica princesa, la tomó de la mano y apartó al enorme moreno que la acompañaba, quien se retiró temeroso y le indicó pasar a una salita contigua donde le anunció que hablarían a solas de un tema de capital interés para su nación.
Pero, en ese exacto momento, ingresó al salón el caballero de la entrada y anunció al presidente Norep, que estaba junto a él pero que parecía no verle. Mandrake, hizo un enérgico ademán y todas las personas quedaron congeladas en la posición en que se hallaban.
Poco después, tras leve movimiento de su bastoncillo, todos interactuaron nuevamente retornando a su natural ser. Un murmullo general seguido de aplausos, recibieron al general que aún exhibía la aureola de su reciente triunfo electoral. Eva se adelantó y su esposo la agasajó besando cortés y delicadamente su mano.
10
Borges y Narda habían entrado ya a la salita contigua al salón principal, cuando el tiempo pareció detenerse al influjo del gesto mágico de Mandrake. Allí, el escritor abordó gentilmente a la princesa y tras identificarse como amigo de Ramón Columba, le explicó sucintamente sobre el arribo de Philip Corrigan a Buenos Aires y su misión.
La dama quedó impresionada por el rol que le correspondería jugar en aquella extraña aventura, pero al saber involucrado a su singular novio en ella, su espíritu se apaciguó y demostró gran interés en colaborar en lo que estuviera a su alcance con la justiciera tarea.
- Es hora de que Ud. y Philip se conozcan, mi gentil amiga – dijo Borges, levantándose de la cómoda butaca en que se hallaba sentado y dirigiéndose a la puerta de la habitación que comunicaba con el pasillo que da acceso a las salas de reuniones del hotel, y abriéndola, desde allí llamó a Philip, que esperaba en el corredor.
Cuando Corrigan ingresó a la salita y vio a la bella y elegante mujer, la reconoció de inmediato, como una de las damas que había visto en la cubierta del buque que lo trajo desde Montevideo.
-Mandrake te presentará como un escritor inglés amigo de Narda, que viaja en pos de nuevos argumentos para sus obras de ficción – dijo Borges a Philip, y pidió a ambos que volvieran de inmediato al salón principal, pues el ilusionista le había advertido, sobre los escasos minutos que podría mantener a toda la concurrencia en éxtasis. El escritor se retiró por la puerta que daba al pasillo, pues necesitaba evitar un sospechoso encuentro con el presidente.
Cuando Narda y Phil ingresaron a la recepción aún permanecía el clima de admiración que el ingreso del general Norep había provocado. Pero ya, todos los asistentes eran ellos mismos y no sus imágenes invertidas, que el mago había logrado haciéndolos pasar a través de la puerta-espejo donde los recibió.
En instantes Eva, vital y esplendorosa, se dirigió hacia Narda, la tomó de la mano y resplandeciente, la presentó a su marido como la Princesa de Cockaigne.
Perón y Narda intercambiaron reverencias y algunos comentarios sobre su viaje a Argentina. Luego, ella misma le presentó al escritor inglés Philip Nagirroc, quien la acompañaba, por ser un antiguo amigo de la familia y de su prometido el Sr. Ekardnam. Este, que estaba a su lado le rodeó la cintura y el presidente sonriendo, les halagó diciendo:
- Su prometido es el mayor mago que haya hasta hoy conocido, Princesa. Ojalá pueda ayudarme a que mi pueblo vea logradas todas sus ilusiones; y a Ud. Sr. Nagirroc, le auguro que hallará el mejor escenario para sus historias en nuestro país.
- Descarto que sus deseos se harán realidad General – afirmó Mandrake cortésmente.
Luego el Presidente se dirigió a la concurrencia, declarando a continuación de los saludos protocolares de uso:
-Es un alto honor para mi esposa y para mí recibir a la Princesa Narda de Cockaigne, quien es bienvenida a nuestro país y contará con nuestra amistad, apoyo y solidaridad, por cuanto pertenece a una de las más distinguidas y antiguas familias de Europa, hoy lamentablemente exiliada en el Reino Unido, a causa de cambios políticos que la guerra impuso a sus territorios y cuya situación esperamos quede prontamente revertida, pues conocemos la inspiración democrática que su régimen de gobierno sostuvo en el período previo al gran conflicto mundial. Entre tanto, la Nación Argentina, le brinda desde ya su más fervorosa acogida, para que se sienta aquí como en su propio hogar.
La reunión quedó así oficialmente inaugurada y todos los invitados procuraron acercarse al presidente para saludarlo en persona, al tiempo que Narda, Ekardnam y Nagirroc, circularon entre la concurrencia interesada en sus novedades sobre la situación centroeuropea.
Phil tuvo entonces la clara convicción de que existía una extraña mezcla de intereses proclives a proteger a antiguos simpatizantes de los regímenes abatidos, que apoyarían económicamente al nuevo gobierno, afirmando así el poder personal de Perón y Eva. Fácilmente se convenció al hallar entre la concurrencia a varios representantes de filiales de otrora grandes empresas alemanas y a propietarios de industrias nacionales que eran sin duda, fascistas italianos residentes en Argentina, desde hace mucho tiempo. Allí conoció también a Rodolfo Freude, secretario personal del presidente, y quedó sorprendido al enterarse - por Mandrake - que era hijo de un acaudalado empresario alemán[i] que Perón había conocido en Mendoza y a quien pidió, al asumir el poder ejecutivo, que le ayudara convenciendo a su hijo a aceptar ese cargo. ¿Por qué? ¡Para qué!
La reunión había resultado fecunda, pero le planteó la incógnita de como lograría llegar a través de esos personajes, a ubicar a los criminales que él pretendía desenmascarar.
11
A la mañana siguiente, Phil desayunó tal cual era su hábito a las siete en punto y al estilo americano. Sin duda quedó muy satisfecho con aquellos huevos revueltos coronados con fetas de panceta frita crocante que acompañó con un panecillo caliente y jugo de naranja fresco y complementó con abundante café negro y dos rosquillas aderezadas con miel de maíz. Hojeó los diarios La Nación y La Prensa y en ambos halló fotografías y noticias sobre la recepción de la noche anterior organizada por el presidente y su esposa para dar la bienvenida a una princesa centroeuropea. Ambos medios dejaban entrever que no se trataba de una visita de estado y que ni siquiera tenía carácter oficial, por cuanto la princesa en el exilio, ya no representaba a su pequeña nación. “Se trató de un evento meramente social” destacó el cronista de la Prensa, a quien sin duda asombró que Perón se expusiera ante “sus grasitas”[ii].
Observando atentamente, no vio entre las fotografías, ninguna en que él apareciera. Tampoco había referencias a su persona en los textos. Afortunadamente, no había un solo indicio sobre la presencia del Sr.Philip Nagirroc en aquella reunión. ¡Claro!, ¿a quien podría interesarle un escritor extranjero desconocido?, cuando la nota del día era la verdadera competencia entre dos bellezas: una, rubia y amada actriz aspirante a reina y otra, morena y exótica princesa extranjera.
Eso no bastó para tranquilizarle. Ser presentado como escritor extranjero, era un ardid de escritor, a quien serlo, le parecía lo más común del mundo. Pero para él, un agente del servicio secreto de los Estados Unidos y ex miembro del FBI, aunque acostumbrado a simulaciones, le parecía ésta, la más tortuosa. ¿Qué relación tenía él con las letras? ¿Cuándo había escrito algo, salvo informes confidenciales, la mayoría de ellos “en clave” y firmados en general con nombres falsos?
Su madre, sí, había sido escritora en su juventud en Alemania. Con indudables dotes naturales y siendo maestra del idioma, había escrito algunas obras de ficción, antes de emigrar con sus padres a Iowa, al corazón del “corn belt”[iii] norteamericano. De ella heredó el alemán, como segunda lengua materna, lo que le permitió hablar sin sospecha ese idioma tanto en Austria, en Suiza o en la propia Alemania y otras naciones de habla germánica.
Esas obras habían sido publicadas antes de 1935, bajo el pseudónimo Hans Teske, puesto que la señora quiso ocultar tras él, su condición de mujer, por la crudeza de alguno de sus argumentos.
Allí apareció de pronto, un principio de solución a sus preocupaciones. ¡Él había leído y releído aquellas obras y conservaba algunos ejemplares de cada una; hoy su madre ya no vivía! En consecuencia, sus propios escritos en alemán, serían esos, editados bajo tal pseudónimo. Y desde ahora, comenzaría a escribir en inglés, pues su educación norteamericana y su actual vida en América, lo justificaban. ¿Y tal vez, por qué no incursionar en el periodismo, como corresponsal extranjero de algún medio que lo requiriera? Probablemente, Borges y Columba, que lo habían metido en este lío, lo ayudaran a resolverlo; al fin y al cabo, ambos eran personajes conocidos y muy relacionados, con amigos influyentes en Argentina y otras muchas partes del mundo.
Eso elucubraba Phil cuando decidió retirarse de la sala de desayunos e ir a su habitación. Al aproximarse a la salida, se enfrentó a cuatro personas que ingresaban. Tres de ellas eran conocidas, pero su interés se centró especialmente en la cuarta, pues era aquella dama que, en compañía de Narda, tanto lo impresionó en su fugaz paso por la cubierta del barco que lo trajo desde Montevideo.
- Buenos días Philip – dijo, adelantándose gentilmente, Mandrake
- Buenos días – balbuceó Phil, invadido de pronto por una extraña sensación. Estaba realmente conturbado por la fascinación que la presencia de aquella mujer le provocaba. Reaccionó en cuanto pudo, e inclinando levemente su cabeza, con una sonrisa amable pronunció:
- Princesa, señorita, estimados caballeros, ¿como están Uds.?
- Muy bien Philip - respondió Narda por todos, y con gran intuición femenina, agregó:
- Espero que nos acompañes por lo menos con una taza de café; así podré presentarte a mi prima Wilda.
- Será un honor para mí.
- Pues bien – terció Mandrake, señalando una mesa redonda para seis plazas – tomemos esa que será cómoda para nosotros.
Phil se sintió realmente feliz. Era por primera vez completamente libre y percibió en su interior, una energía vital que lo conmovía. Mientras hablaban, disfrutó de la visión del bello rostro de Wilda, de piel tersa, blanca y aterciopelada, cabellos negros azabache y facciones proporcionadas, nariz perfilada y boca de labios rojos, carnosos, torneados por graciosas comisuras y, el mentón, ligeramente elevado, que daba señales de una definida personalidad. Pero su especial encanto radicaba en aquellos grandes ojos luminosos, rasgados, de color verde claro, que acompañaban espontáneamente su atractiva conversación y, con cada gesto, su personalísima expresividad.
Aquel día cambiaría su vida, era el albor de un nuevo camino que pronto comprendió que hasta el presente, nunca había existido…
Cuando Narda comentó que en una semana partirían hacia Boston, donde Wilda optaría por ingresar a la facultad de abogacía, sintió que su corazón se estrechaba, que su esperanza de intimar con aquella mujer se esfumaba y tal vez perdiera la oportunidad más importante de su vida. Pero él ya sabía, que haría lo posible por conquistarla.
La media hora que duró aquel desayuno, sirvió para que esas cinco personas sobresalientes, perceptivas e inteligentes, con cualidades singulares cada una, se entendieran e iniciaran una relación directa, proficua, prudente pero abierta, que perduraría incrementándose en el tiempo, en respeto y compromiso.
El trío Mandrake, Narda y Lothar era ya íntimo y de una solidez absoluta. Phil pensó que si tenía la oportunidad de formar pareja con Wilda, eso le aportaría una integración permanente a aquel círculo, dada la sincera amistad que existía entre las primas. Lo percibió enseguida con beneplácito.
Pero el tema principal del corto encuentro quedó esclarecido por la diplomática Narda, que le insinuó que sus próximos pasos, serían precisos y seguros en cuanto continuara sus contactos con Borges.
- Llamaré a Ramón pues es mi conexión en Buenos Aires y sé que ambos cooperan, compartiendo riesgos.
- Así es Philip y te deseamos el mayor de los éxitos.
Mandrake, extrajo un billete del bolsillo interior de su chaqueta e invitó a su nuevo amigo a una gran función que esa noche daría en el gigantesco y moderno Cine – Teatro Gran Rex, una de las mayores salas de la calle Corrientes, situada en el corazón de Buenos Aires, a poca distancia del famoso Obelisco[iv]. Pero ¡aquel billete estaba en blanco! Phil lo miró, sonrió y se lo extendió de nuevo a Mandrake, quien manteniéndolo a la vista de todos, pasó sus dedos índice y mayor de la mano derecha sobre el boleto, mientras lo sostenía con el extremo de las yemas de su índice y pulgar izquierdos, con lo cual hizo aparecer de inmediato la impresión completa, correspondiente al anuncio del teatro, el espectáculo programado y el día y hora de comienzo. Phil y Wilda maravillados hicieron una sonora manifestación de asombro, y tras la risa de todos, el mago les anunció:
- Esto es apenas un anticipo menor de lo que verán esta noche.
12
Rosalía, la eficiente secretaria de Ramón quedó en ubicarlo y trasmitirle el interés de Phil en reunirse con su jefe a la brevedad posible. Minutos después, le avisó que lo esperaba a las diez y treinta, en la oficina de la calle Sarmiento. Sobraba el tiempo y lo aprovechó revisando las páginas de los diarios que estaban aún en sus manos. Ambos, eran periódicos de gran contenido y profusa información, que le parecieron muy independientes, pues sus editoriales exponían con valentía opiniones contrarias a aquel populismo desbordante de Perón y Eva.
Por allí, halló una referencia a un tema de su interés. En un breve comentario, trascendido de conversaciones entre miembros no identificados de la oposición al presidente, se hablaba de sus futuras intenciones de desarrollar un centro de investigación atómica en el país. Recortó el artículo, anotó en un borde el nombre del diario, el número de página y la fecha y lo conservó, echando a la papelera el resto.
Basado en un plano que le proporcionaron en la conserjería del hotel, pronto se familiarizó con las calles céntricas de la ciudad y marchó hacia Sarmiento por un camino diferente al que había transitado antes. Su instinto le decía que debía estar en guardia.
A pesar que su nueva profesión de escritor le rodeaba con un velo de inocencia; como agente secreto siempre mantenía cierta desconfianza a nivel de piel; y cualquiera, entre aquella gente importante que había conocido la noche anterior, podría ser un personaje siniestro interesado en sacar provecho del enorme desplazamiento de personas que se producía desde el fin de la guerra, de Europa hacia Sudamérica; ya fueran criminales que huían con sus botines de guerra o víctimas temerosas de aquel horror, que por seguridad personal y económica, pretendían cobijarse lejos del pavoroso escenario.
Cavilaba esto Phil, cuando percibió que otra persona que transitaba por la Calle Tucumán, al mismo tiempo de su partida del hotel, caminaba pausadamente detrás, en la misma dirección. Sus pasos eran sonoros puesto que llevaba cantoneras de metal, que protegían el borde de los tacos de sus zapatos. - Sin duda no pretende pasar desapercibido, por lo cual no me está siguiendo, pensó Phil.
Pero, en la esquina siguiente, al ver a un lustrabotas se detuvo y con el pretexto de lustrar sus zapatos, observó a aquel individuo al pasar. Era alto, robusto, rubio y en nada recordaba a los latinos y criollos que predominan en esta ciudad. De unos cuarenta años, su apariencia era de judío centroeuropeo; tenía los ojos pequeños, azules y entrecerrados, enmarcados por cejas transparentes; piel muy blanca, mejillas sonrosadas de pómulos salientes; su rostro terminaba en un breve mentón que desaparecía en la amplia papada que ocultaba su cuello. Llevaba un traje gris oscuro poco cuidado y con algunas arrugas, camisa blanca a rayas y corbata azul. Estaba cubierto con un sombrero de fieltro gris con ancha cinta negra bastante viejo y completaba su atuendo, con zapatos negros impecables y brillantes cual espejos. A pesar de su escasa elegancia, en conjunto, presentaba una apariencia digna.
Mientras retenía la imagen de aquel hombre en su mente, pagó al lustrabotas por su servicio y continuó la marcha hacia su destino, al cual arribó cinco minutos antes de la hora concertada.
Rosalía lo recibió con una simpática sonrisa y tras anunciarlo por el intercomunicador, lo hizo pasar al despacho de Ramón. Éste, con su habitual entusiasmo, apretó su mano y le anticipó: - Tengo que presentarte a alguien que tiene metas comunes a las nuestras.
Y señalando con su mano diestra al caballero sentado frente a su escritorio, agregó: - El Sr. Elías Cohan ha llegado recientemente de Estados Unidos y es colaborador directo de Simón Wiesenthal, [i] quien está apoyando a los americanos para hallar nazis fugados. El Sr. Philip Nagirroc, es un escritor inglés, sumamente vinculado en Europa y América, que abraza nuestra causa y colaborará con nosotros Sr. Cohan.
Phil disimuló su sorpresa, pero aquel individuo ¡era el mismo personaje que había observado en su camino hacia la oficina de Ramón! ¿Casual o deliberada coincidencia?, reflexionó mientras ofrecía su mano a Cohan.
Pasaron al tema que les incumbía. Abundantes folios sobre la carpeta que centraba la mesa de trabajo de Columba estaban agrupados alfabéticamente y contenían la identificación, foto y antecedentes de cada uno de los principales nazis evadidos, desaparecidos, colaboradores y sospechosos de colaboración, con posibles contactos en Argentina. A medida que Columba los visualizaba, se los iba pasando a Phil quien los examinó también rápidamente y, sin entrar en detalles, preguntó dirigiéndose a Cohan:
- ¿Tienen alguno ubicado ya, o sospechas de dónde se esconden o actúan?
- Oh, no. Solamente informaciones presuntamente ciertas, procedentes de indagados que proporcionaron pistas de sus conexiones o de posibles viajes a estas latitudes a fin de ocultarse y escapar a los juicios. Se presentan resumidas al fin de cada legajo.
- Si, ya veo – afirmó Phil, pasando a la parte final de alguno de aquellos papeles.
Columba intervino excitado: -¡Miren quien está aquí!; el mismísimo R. Walther Darré, a quien conocí en mi adolescencia. Vivía en Belgrano, su padre era alemán y cuando yo había comenzado ya a trabajar en el Senado se marchó, primero a estudiar a Europa, y posteriormente, toda la familia pasó a vivir definitivamente en Alemania. ¿Sabes Phil? Richard – así le llamaban en su casa - fue Ministro de Agricultura de Hitler hasta 1942. Había estudiado veterinaria y fue de los que influyó en Himmler en su plan de selección racial humana, aplicando principios relativos al mejoramiento animal por cruza. ¡Qué anormal!
- Está detenido y pagará por eso – acotó lacónicamente Cohan. – Sin embargo, se dice que en 1945 se indispuso con el Furher, a causa de que no quería reducir las raciones que se daba a los prisioneros en los campos de concentración. Sí, nos interesan mucho los datos que ha aportado en las indagatorias; mira cuántos expedientes tienen citas hechas por él; algunas serán importantes para nosotros.
-Creo que debemos organizarnos para estudiar este material exhaustivamente y luego, concretarnos a buscar a aquellos que tengamos mayor certeza de que estén en el país, dijo Ramón.
Tanto Cohan como Phil estuvieron de acuerdo y, guardando la mayoría de aquellas ampliaciones de microfilmes de expedientes en la caja fuerte del despacho, cada uno conservó la que consideró prioritaria a su juicio. Phil eligió el que correspondía a Martín Bormann, que supuestamente habría muerto el 2 de mayo de1945, hecho que no estaba confirmado.
13
Después de almorzar frugalmente al paso y ya regresado a su habitación en el Claridge, Phil se puso a estudiar en profundidad el caso Martín Bormann. Avanzando en su análisis, se adentró cuanto pudo, a partir de aquellos datos y de la experiencia directa que como agente secreto tenía de la realidad periférica a los hechos de los protagonistas de la guerra, lo que le permitió sacar algunas conclusiones sobre aquella siniestra personalidad.
Comprendió que estaba ante un individuo de ambición absoluta, que sólo reconocía un único líder y, que éste, era también esencial a esa ambición. Al identificarse con Adolf, asumía su vida como parte de la de aquél y un día, el Furher podría ser él mismo. Esa era la verdadera razón - concluyó Philip – de su fidelidad absoluta a Hitler. ¡Él mismo, era Hitler! A su lado, vigilando a los que pretendieran traicionarlo, sustituirlo o sucederlo, cuidaba de sí mismo y de la posición privilegiada que gozaba. Ser la “sombra” del Furher, protegerlo; administrar sus finanzas y asuntos personales; sentirse consejero de última instancia; amparo en la miseria que en el fondo de toda alma -¡aún en la de aquella bestia asesina henchida de poder, pero que él bien sabía, conservaba despojos de deshilachada humanidad! -; todo eso, lo engrandecía, lo glorificaba, lo integraba al ser profundo de su líder. Sus explosivas e incontenibles reacciones eran reflejo de la personalidad del Jefe; el odio a Himmler[ii] con quien había colaborado, conspirando contra otros y su necio miedo al Carnicero de Praga[iii], eran meramente muestras de autoprotección a dos seres gemelos.
No le convencieron las notas relativas a los dichos del líder de las “Juventudes Hitlerianas”, Arthur Axmann, quien declaró que lo consideró muerto al verle despedido del tanque en que huían, que fue alcanzado por un obús soviético que lo incendió. En esas instancias poco le podría haber interesado a Axmann ocuparse de Bormann, sino tomar distancia de sus perseguidores, siendo como es sabido, el único que lo logró en esa ocasión.
Los papeles de Cohan tenían ya a Bormann, Eichmann y Mengele como posibles residentes en Argentina. Desaparecidos en seguida de la caída de Berlín y tras los suicidios de Hitler, Eva Braun y la familia Goebbels, sin duda contaban con recursos suficientes y planes finamente elaborados para su retirada estratégica en el momento requerido.
Especialmente Bormann, que desde 1941 era presidente de la Cancillería, director de la administración del partido nazi y secretario personal de Hitler, encargándose de percibir fondos de los empresarios y distribuirlos entre los líderes nazis a los fines de la guerra.
Así como Himmler había cambiado totalmente su apariencia para intentar la fuga; estos criminales también podrían haber usado ardides similares y llegar a tierras sudamericanas en alguno de tantos barcos que viajaban con mercaderías y pasajeros, desde distintos puntos de Europa hacia puertos de Brasil o Argentina. Conseguir papeles falsos de buena factura y con origen de expedición poco sospechoso, no habría sido gran obstáculo para estos malditos tiranos; más aún, estarían preparados desde mucho tiempo antes para cubrir esa eventualidad.
Bormann era el personaje más indicado para tener conexiones con la cúpula militar simpatizante y los empresarios alemanes radicados en Argentina. Phil echó mano a su bolsillo y extrajo el recorte de diario que había conservado relativo a la futura creación de un centro de estudios nucleares. Y de inmediato no dudó que el mismo Perón estuviera interesado en cambiar la seguridad de Bormann, por contactos con científicos que hubieran trabajado en el proyecto que finalmente culminaron los americanos.
Por otra parte se presumía que tenía familiares establecidos desde la época de la primera guerra mundial, en la provincia de Buenos Aires. Debía rastrear las posibles relaciones del asesor del Furher allí.
Llamó a Rosalía y media hora después, se sentó en el escritorio de Ramón, con varias guías de los diversos partidos de la provincia, en busca de los apellido Bormann, Buch[iv] y Keller, éste, sería el apellido materno de Bormann, según los papeles de Cohan. Agotado tras dos horas de tediosa búsqueda, habiendo anotado decenas de direcciones y teléfonos de apellidos germánicos, similares a los que buscaba y con tantas dudas como corazonadas, se le ocurrió recurrir a la sutileza femenina y pregunto a la secretaria:
- Dime Rosalía, si fueras extranjera, tuvieras que esconderte y pasar desapercibida mucho tiempo, porque estás en el país clandestinamente ¿dónde lo harías?
-¿Yo?... ¡En el Delta, Sr. Nagirroc! Los brazos del Paraná son innumerables, algunas quintas situadas en las islas son enormes, las lanchas de transporte colectivo y las privadas permiten recibir aprovisionamientos, correspondencia y lo que Ud. quiera. Además ¡es fácil desplazarse y desaparecer fácilmente de allí! , afirmó la secretaria
Phil percibió un cierto rubor en el rostro de la joven y la imaginó en retirada estratégica de algún fugaz encuentro amoroso en las islas. Sonriendo, Phil replicó: - Muy razonable Rosalía, ¡muy bien!
Poco tiempo después, halló la dirección y teléfono de Hanna Keller, con residencia en una de las quintas de las islas del Delta. – Poco, pero algo es, para empezar – se dijo Phil a si mismo, y despidiéndose de Rosalía sin ningún comentario, volvió al hotel.
14
Aquella noche sería muy importante en la vida de Phil. Eran las seis de la tarde y estaba satisfecho con su investigación del día, de la cual a nadie participó.
Decidió llamar a Narda para invitarlas a ella y su prima, a concurrir a la función de la noche juntos, pues imaginó que el mago y su asistente deberían salir antes, a fin de preparar su espectáculo con razonable anticipación.
-Me parece ideal, aunque recién te podré confirmar por las dos, en una hora aproximadamente. Wilda salió y me dijo que estará de regreso alrededor de las diecinueve. Mandrake y Lothar, están partiendo ya. ¿Cómo te fue con Ramón?
- Muy bien; luego te contaré – acotó Philip. Y agregó, tal vez sugiriendo que no imaginaba otra alternativa: - solicitaré un automóvil para que nos lleve al teatro a las veinte y treinta.
Hizo la solicitud a la conserjería y su mente volvió a anhelar la presencia de la atractiva figura de Wilda. Preveía su simpatía hacia él, pero el corazón le latió deprisa cuando recordó que en solo una semana, ella y su prima, partirían hacia Nueva York y Boston. No quería resignarse a perder la oportunidad de iniciar una relación con la mujer de sus ensueños.
Averiguó los horarios y la estación de partida del tren que lo llevaría al Tigre y también acerca del servicio de lanchas que desde allí lo conduciría a las islas. Pensaba presentarse en la quinta de Hanna Keller sin preaviso, por lo cual decidió estar preparado. Retiró cuidadosamente su pistola 45 del ingenioso doble fondo de su maleta, donde había permanecido desde su partida desde Norteamérica. Miró y revisó el arma con atención; quitó el peine y verificó que contenía la totalidad de los proyectiles. Lo volvió a colocar en su lugar y puso cuidadosamente el seguro. Observó otro peine de recambio completo y una caja que contenía balas de repuesto. Todo estaba en orden; no esperaba tener que usar nada de esto, pero iría armado; si aquella quinta fuera la guarida de Bormann, las cosas podrían resultar sumamente peligrosas.
Conforme a su experiencia, no comunicaría sus movimientos a nadie, ni aún a su compañero Ramón, ni a Cohan que para él era solo un informante. He ahí su estilo; acción inmediata, silenciosa y sin cooperación, eran las claves de su eficacia como agente secreto en toda su trayectoria. Los contactos, solo servían para obtener y pasar información; nunca para discutir estrategias, planes u oportunidades. -¿Qué ocurriría si tuviera un encuentro con el eventual prófugo? Sin duda, hallarlo significaría un grave riesgo. De estar allí, ¿tendría guardaespaldas?, o ya afincado, ¿viviría una vida de apariencia normal, en familia?
Su pensamiento volvió a Wilda y asumió con asombro, como aquella mujer había logrado cambiar de pronto su sensibilidad, tan proclive a la contención de las emociones a causa de aquella manía profesional que lo obligaba a permanecer en constante alerta. Sintió que se había originado un cambio profundo en su interior y que cualquiera fuera la reacción de Wilda ante sus decididos intentos de intimar, ya experimentaba la vivencia del enamoramiento y hasta la ilusión de un amor perdurable, que modificaría para siempre su existencia.
Entonces, Phil eligió lentamente su vestuario para la velada, procurando resultar atractivo a su elegida y pasó al lujoso baño donde comenzó a llenar la bañera. Probó la temperatura del agua, echó un puñado de sales aromáticas y sumergiéndose, gozó de la relajante ablución, que lo hizo sentirse pleno.
Más tarde, se rasuró y acicaló y cuanto estaba pronto para salir, sonó el teléfono. Narda le anunció que en cinco minutos podrían encontrarse en el hall de la recepción. Él bajó de inmediato. Un botones le informó que el chofer de su automóvil los esperaba en la entrada.
Y en instantes, aparecieron las dos damas vestidas con trajes de noche. Estaban radiantes y Phil no pudo disimular su profunda admiración por Wilda. – Me rindo ante tanta belleza, les dijo, halagadoramente, mientras su mirada enfocaba los grandes ojos, de verdes iris y profundas pupilas, de su amada. Las condujo con cabarellerescos modales hacia la salida y partieron al teatro.
Las localidades reservadas para ellos eran privilegiadas y por lo tanto muy cercanas al proscenio. Phil pudo observar cada movimiento del mago y de su ayudante Lothar, así como el de los colaboradores circunstanciales que participaron en algunos números del extenso programa.
¿Ilusionismo, magia o ambas cosas? No pudo siquiera imaginar como el mago lograba evitar la mínima sospecha acerca de los trucos que utilizaba para presentar los enigmas mayores, como el de las esbeltas gemelas idénticas.
Mandrake las hacía pasar al escenario, las presentaba al público y ellas saludaban con gestos y expresión totalmente diferenciada. Luego, las invitaba a sentarse, una frente a otra, ante una mesa circular donde conversaban, bebían champaña y comían masitas que Lothar les había servido. Lo hacían con movimientos absolutamente simétricos, de extrema sincronización, que incluyeron un brindis inicial, tomar los pastelillos, ingerirlos, cruzar y descruzar sus piernas, simulando ser una sola persona frente a un espejo; pues a cada movimiento diestro de una, se oponía uno siniestro idéntico de la gemela. Hasta aquí, se trataba meramente de la extraordinaria habilidad de dos mellizas idénticas, una diestra y otra zurda, bien entrenadas para exhibir una prodigiosa simultaneidad de movimientos. Pero cuando el mago las invitó con un gesto de ambas manos a ponerse de pie, lo hicieron en una suerte de fascinación y separándose ambas, un paso hacia un mismo lado de la mesa, marcharon una hacia la otra, fundiendo sus imágenes en una sola. Mandrake la tomó de una mano y la joven saludó con simpatía y halago ante los nutridos aplausos de los asistentes; mientras tanto Lothar retiraba mesa y sillas, el improvisado escenario de aquella proeza, demostrando que allí, aparentemente, no existieron espejos que engañaran a los miles de ojos expectantes. Y para mayor asombro aún, mientras Mandrake indicaba a Lothar unirse a la ovación que continuaba, la chica corrió hacia una de las salidas laterales del escenario y trajo desde allí a su desaparecida gemela, tomada de la mano.
Finalizada la función, Narda sugirió a X9 que se adelantara con Wilda hasta la Confitería Ideal, donde ella, su novio y Lothar, los encontrarían en cuanto pudieran retirarse. - Mandrake ha reservado ya una mesa para todos, le dijo, mientras Phil con regocijo incontenible, ofreció su brazo a la dama.
Llegados al elegante local de la calle Suipacha, ingresaron a su suntuoso interior, y quedaron gratamente sorprendidos por tal refinamiento. Un maître de service, los condujo a su mesa y en aquel maravilloso ambiente, se dio el encuentro soñado por Phil. Bastó que Wilda le dijera que había reconocido en él a la persona con quien intercambiaron miradas en la cubierta del barco que los trajo desde Montevideo, para que él confesara el dulce idilio que imaginó que desde ese momento existiría entre ellos. Y cuál había sido su dicha al confirmar que el destino los reunía en el Claridge, a causa de haber conocido a su prima la princesa. Tomó su mano y la besó amorosamente; una sonrisa y la profunda mirada llena de pasión de la joven, sellaron el comienzo de una relación que no se disolvería.
15
Percibiendo aún los efluvios de la delicada piel de Wilda, Phil se retiró a descansar envuelto en una red de nuevas sensaciones. Un lance mágico había desdoblado su personalidad. El avezado y duro investigador, héroe de tantas historias de riesgo, olvidó durante algunas horas la intrincada misión que emprendería al día siguiente, para dar libre paso a la emocionante experiencia de un hombre vivo, real, capaz de amar con todo su ser, como cualquier otro.
Abrió la puerta de su cuarto, conservando en la mano izquierda dos sobrecitos rotulados “mensaje telefónico” que el recepcionista nocturno le había entregado. Los dejó sobre la cama que estaba abierta, con la colcha retirada y el pijama prolijamente dispuesto sobre las almohadas; se quitó la ropa de calle y pasó al baño para asearse antes de ir a dormir. Encendió la radio, la sintonizó para oír música clásica y recostándose en la cama, abrió los sobres y leyó los mensajes, que lo dejaron intrigado. El primero, recibido a las 21:30 horas, decía: - Llámame cuanto antes, tengo novedades urgentes. Ramón. El segundo emitido a las 23:15, insistía: - No dudes cualquiera sea la hora de tu regreso; llámame de inmediato. Ramón.
Indudablemente era una advertencia que su compañero consideraba de gran importancia. Se contuvo unos instantes porque su intención era actuar sin comunicar a nadie sus pasos, ni siquiera a Ramón, en quien confiaba plenamente por cuanto Bill se lo había presentado en la embajada americana en Montevideo y, al asumir la misión que Graff le encomendara , le dijo que sería su único contacto y apoyo logístico en Buenos Aires. Meditó unos instantes y tomó el teléfono. Debía ser muy cauto y asegurarse que la conversación no fuera escuchada por la telefonista. Bien sabía que después de medianoche el tráfico de llamadas era escaso y que para superar el tedio, estas chicas escuchaban a veces conversaciones que podrían resultar sabrosas.
Llamó a la central y al instante la telefonista, le anunciaba:
-El señor Columba está en la línea.
-Hola, se oyó, y Phil reconoció la voz de Ramón, pero dejó transcurrir unos segundos hasta oír un clic que le aseguró que la telefonista ya prestaba atención a otra comunicación entrante.
-Dime, ¿qué pasa?
-Pues…creo que debemos vernos por la mañana. Tu colega, el escritor que te presenté ayer, me ha sugerido una reunión antes de tomar la decisión final respecto a la inclusión de tu nueva obra en la colección que dirige; creo que debemos escucharlo, es mi asesor principal, el de mayor confianza.
A Phil le resultó incómodo dilatar su plan del día siguiente, pero se sintió obligado a complacer a su compañero al notar que aquellas notorias discreción e insistencia aludían a la aparición de un riesgo sustancial.
-Está bien Ramón, respondió X9 en forma cansina y agregó: ¿a qué hora y dónde?
-En el lugar de siempre y a las 10. ¡No logré conseguir que ese trasnochador se comprometiera a estar ni un minuto antes, pero eso sí, sé que es puntual! ¿OK?
- OK, que descanses, hasta mañana; y colgó el auricular.
Y como siempre, durmió reparadoramente.
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